lunes, 29 de julio de 2013

La fruta más dulce

Buscamos eso a lo que algunos llaman felicidad. ¿Pero acaso sabemos realmente lo que es? ¿Hay acaso una generalización posible en hablar de este sentimiento o estado de ataraxia perfeccionada? ¿Es acaso el hedonismo una ciencia exacta? Creo que no. Somos miles de millones, diferentes y únicos, una amalgama de heterogénea homogeneizada y catalogada de sociedad. ¿Pero que es la sociedad? ¿Es acaso un esfuerzo por meter en el mismo saco a los que desean entrar en él y a los que morirían por no residir entre sus inexistentes paredes? Un prolijioso tema nos confina aquí, mas no es este el tema que deseo abordar. Hablaba de la felicidad. ¿Por qué ansiamos tanto obtenerla? ¿No hay acaso metas mejores? Claro que si, pero las metas nos otorgan esa felicidad también. Así pues, tanto si logras tus metas como si no, puedes ser feliz. ¿Entonces hay diferentes órdenes de felicidad? ¿Hay categorías para clasificar la felicidad? ¿Podemos entender la felicidad como un hiperónimo? La felicidad es una manzana verde. Cada bocado nos da un placer ácido, de una dulzura casi espeluznante, y la manzana no es infinita, pero su placer efímero si. Quizás hay gente a quien no le gusten las manzanas, siendo metafórico me refiero a quien no le gusta el placer. Pero esta gente no existe, solo es una máscara. Sigamos; la manzana es limitada, y su exterior es mas sabroso que el interior, a esto le llamo yo proyecto de futuro; me explicaré: cuando muerdes una manzana por primera vez su sabor es indescriptible, jamás morderás una manzana mejor, pues lo mismo ocurre con el placer; cuando no hay con que comparar siempre se engrandecen los recuerdos. Volviendo al axioma que me acontece; la mazana. La manzana como he dicho es mas sabrosa en su exterior, una mala idea desde un punto de vista filosófico pensareis ya que tendría que residir lo mejor en el interior. No exactamente. La manzana de por si es el placer, a veces pueden estar más verdes, a veces pueden estar más maduras e incluso a veces pueden estar podridas; pero hay algo que todas comparten: las semillas. La manzana es solo un vector, su dulzura es solo una minúscula porción de lo dulces que son. Si miramos desde un prisma intemporal y pasando por alto nuestra limitación biológica podemos llegar a la idea de que esa manzana surgió de otra manzana, y esa otra de otra y así casi indefinidamente. La manzana es tan dulce como su predecesora, como la que antaño cediera su semilla a la voluntad de los suelos para convertir-se en árbol. Pero si nos abstraemos, ¿no es acaso esta manzana todas las que el siguiente árbol producirá? ¿No es acaso la suma de todo el placer que las manzanas del nuevo árbol dará? En efecto, y esto se aplicará a las siguientes generaciones así como a la manzana que dio a luz el árbol del que nació esta. Así pues solo intento transmitir que la manzana posee un placer oculto, un placer que se ha de cosechar, y lo mismo sucede con la vida; quién no sepa cosechar este placer no dará cabida al árbol que lo sucede. Placer, hablo de placer, no de felicidad. Mentira. No hay felicidad sin placer, la felicidad en si es placer, no podemos crear la felicidad pero podemos cultivar su combustible; el placer. Entiéndase el placer de una forma trascendente y no trivializada. Entiéndase el placer como la suma de todos sus posibles caminos, todas sus infinitas posibilidades. Por tanto aprovechemos cualquier ocasión que podamos para morder la manzana; amor, cultura, naturaleza, amistad... sin olvidarnos luego de su corazón, de su proyecto altruista, de su vocación placentera, sin olvidarnos de regar nuestra propia felicidad.


De lo malo lo bueno y de lo bueno lo mejor.