Viajo por las elipsis de tus
enmascaradas premisas como la hoz que vuela reluciente sobre el campo
de trigo dorado, manjar ígneo que no entiende de parodias o dogmas,
ímpetu efímero de las musas más obtusas. Y sin más énfasis que el de
tu afilada sonrisa me disocio del desapego de la vida para caer en el
de la eternidad más intemporal, espejo quebrado por la absurdidad de
un reflejo mancillado por el cinismo de sus coyunturas. Y acabo
abandonándome a las más obscenas concupiscencias de tu piel, ya
agrietada pero solemne, cual perro que no abandona a su amo hasta que
se abandona a si mismo. Pero para mi amargo estupor acabo subyugado
al más tópico e irremediablemente absurdo pudor, el que aflora en
mi cuello ruborizado al tocar tu cobriza alma y tus sinuosas curvas
de monótonos pero deliciosos grafemas, y es que sin ti, mi literaria
musa, no soy hombre ni bestia, no soy nada que merezca nombre o
adjetivo, solo soy el eco de mi infinito vacío.