En un desesperado y homónimo grito de
auxilio mudo invito a mis musas a danzar delirantes apoplejías en mi
cerebro, por que quiero y por que puedo, por que nada está perdido
excepto lo que nunca volverá, por que solo soy la sombra de lo que
hubiera querido ser, por que entre las sombras me siento vivo y
muerto. Y en la pluralidad de un mundo que no entiendo me
refugio en la antiuopía de mi incomprensión, cual exiliado sin patria
a la que volver, peón de un tablero que no encuentro. Y ante los
acantilados de nuestro intelecto caemos rendidos en la inmensidad de
un océano de conocimientos, nos sentimos entonces tan
insignificantes, tan cruelmente vulnerables que el atisbo del
horizonte se nos asemeja al infinito de una realidad que nunca
podremos discernir. He aquí la belleza y la desesperación de una
vida que nunca comprenderemos totalmente y frente a ella un
estoicismo nacarado de recuerdos y un crepúsculo al que nadie escapa.