martes, 2 de agosto de 2016

Eremitas de nuestras cenizas

Cuando nos cansamos de ser débiles nos endurecemos, forjamos nuestro carácter, nuestro yo acorazado, más cuando nos cansamos de ser fuertes no podemos dar vuelta atrás. Lo que un día fuimos murió para reencarnarse en lo que somos, como fénix que calcina su pasado para vivir una vez más; la muerte, más psicológica que física, de la inocencia y la fragilidad en pro de la indiferencia o si más no de la resignación más gélida y luctuosa. Asesinamos a sangre fría al niño que una vez fuimos sustituyendo su inocencia por escepticismo, ante la vida y el mundo, reemplazamos el miedo a la muerte por el miedo a la vida, el sentir por el saber, instinto de supervivencia que nos salva de las desdichas y la felicidad, suicidio con el que sobrevivimos a la muerte de una parte de nosotros mismos, quizás la única parte que valía la pena.
Y, a veces, en los momentos en que no sentimos lo que sabemos que deberíamos sentir nos vemos a nosotros mismos, con los ojos de quien y como fuimos y no nos reconocemos, no deberíamos puesto que no somos quien creímos que seriamos ni quien queríamos ser, vemos el cadáver de nuestro pasado enterrado en la fosa mas profunda y oscura de nuestro laberinto espiritual y sonreímos con añoranza, nunca nos abandonará aunque su voz se apagara hace tiempo, es un espejo atemporal con el que reflejarnos y desrealizarnos para vernos en tercera persona, para vernos como el extraño que somos.

Vivimos en el vacío de nuestra propia vacuidad, entre las caricias de nuestro intrínseco eco, en nuestro mundo tan ulterior como suprasensible, nuestro reino en ruinas, aliteración de mefistofélica amargura, pero vivimos ¿y no es eso lo único que importa?, por desgracia no, pero es todo lo que nos queda antes de resignarnos a la nada y el olvido, ineludible atavismo de la vida y su fin.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Distimia

¿Morir viviendo o vivir muriendo? Pregunta para la que no encuentro respuesta, al menos en singular. He vivido en la luz y en la oscuridad, en el frío y la calidez, en la vida y en la muerte... y en ningún lugar me he asentado, en ningún rincón me he hallado a mi mismo, la parte de mi en que quiero o quería convertirme. Lo único que sé es que el camino se ha hecho demasiado pedregoso para que la meta compense la travesía; el purgatorio. Cada piedra un error, cada persona una piedra; he intentado amar, compartir, vivir... y lo único que he obtenido a cambio es dolor, y tristeza, y alegría, y más dolor, mucho más dolor. Dolor que me hace volar por encima de mis problemas hasta donde la apatía y el desencanto se funden en un escalofrío de sudor helado, donde ya da igual lo que se pierde pues mayores pérdidas se sufrieron de antemano. La vida se transforma entonces en un querer y no poder, en un solo de violín que araña las ojeras del insomnio más solitario y perfecto, en una metamorfosis hacia la nada, un suspiro abandonado en el mutismo de la soledad. Para el que ya solo espera de la vida la muerte esta se convierte en un deseo tan necesario como lejano y deja de pensar en ella para concentrarse en el olvido, paradoja que tan solo unos pocos afortunadamente desdichados alcanzan a entender, cáscaras eclipsadas por el rigor de sus tormentos, entes vaporosos e inasibles como los misterios de su amargura. Ellos, que nada aman ya por miedo a la pérdida, se postran impertérritos frente a la nada, pues es lo único y último que les queda por hacer mientras esperan que el imparcial e infatigable flujo del tiempo estropee su carne y arrugue su piel, mientras esperan la arcaica muerte cual chiquillo sus regalos la noche de navidad, pues no hay mayor presente que la ataraxia del sueño eterno, la supresión del dolor a cambio del ínfimo precio de la vida, la felicidad de la ausencia en su estado más exotérico.


martes, 5 de abril de 2016

Anamorfismo histriónico

 Se fue, para no volver, se fue, sin despedirse. No pensé que la echaría de menos, al menos no tanto, quien hubiera dicho que la vida me consumiría hasta limites tan insospechados, que sin ella solo respirar seria la tortura más perfecta y preciosa que conocería. Ninguna sombra llenó ni llenará el vacío que me dejó, mi corazón, aullando a la luna, pide a gritos un destello de lo que en su día resplandeció cual millar de soles, mas no hay más respuesta que el silencio, perfecto y dulce silencio, silencio que me ensordece bajo el peso de mis demonios, silencio que barniza mis noches de insomnio. Vivo, o al menos mi corazón palpita, monótono e implacable, condenándome a seguir la ruta de mi desasosiego, obligándome a desfallecer bajo las premisas de mi infortunio, subyugado a la abnegación de mi desapego endémico. Y sonrío, intentando imitar el júbilo pluscuamperfecto, añejo y marchito, reminiscencias de noches de verano y sabanas sudadas, nostalgia de una calidez que desertó por la ventana y se desvaneció en el vacío, vacío en el que me hundí buscándola, vacío en el que me fundo, vacío al que acudo cuando no encuentro nada más.
Las heridas sanaron, pero sus cicatrices me impiden olvidarlas, jamás volveré a ser quien fui, jamás volverá a fibrilar mi decrépita psique, jamás volveré a desear el mañana, jamás sucumbiré a las endorfinas de nuevo.
Sigue pues, mi amada felicidad, surcando el cielo hacia la nada, sigue hasta morir, yo haré lo mismo, nos vemos en el onirismo de mi desfallecimiento post-insómnico, nos vemos en mis sueños, o en mis pesadillas.


miércoles, 30 de marzo de 2016

El paralogismo de la existencia

No conozco la razón de mi existencia. Temo no encontrar jamás respuesta a este paradigma más allá del azar, temo encontrarla y perderme ante su dictamen.
Quizás la vida, como otros muchos sucesos, solo tiene el sentido que uno mismo quiere o incluso necesita darle para sentirse parte de una existencia que ni entiende, la vida como última y única pregunta, como incógnita que no logramos descifrar, como cumbre inalcanzable.
Solo el tiempo nos dará una interpretación, errónea y ególatra, un instinto de supervivencia involucionado que nos permita sobrevivir a nuestros demonios, una verdad de Nietzsche, una mentira, una excusa para justificar nuestros latidos, unas alas para disfrutar la caída en el abismo de la vida.

martes, 29 de marzo de 2016

El hermetismo de las tinieblas

Muere en vida y renace, aíslate, crece, aprende, experimenta. Usa la oscuridad más densa de tu alma, destílala y bébela cual sagrada hidromiel, descorcha una botella y brinda con tu soledad, solo ella posee paladar para tan exquisita amargura, imprégnate de ella y se libre, libre para ser lo que quieras ser, libre de ser lo que esperan de ti, libre de ser lo que esperas de ti, libre para ser nada o todo, libre para ser ambas y ninguna, libre de ser libre.

Fotosíntesis

Bajo el Sol me fundo, y en él nazco y muero, como pez que en río apresado vive, viviendo su vida en preciosa deriva, perro que ladra y no muerde, la mano imberbe de mi amo el Sol, imparcial dios de un absurdo mundo, niaiserie forjado en el seno de mi amado desequilibrio.

Acluofília

Vivo en el clímax de mi enajenación, batalla de cigarras luchando por ser la más ensordecedora, la mejor, batalla de irritantes vociferíos, purgatorio sonoro en mi obtusa mente, ente demente, transfigurado, guerra perdida aunque sus batallas sigan.
Ante mis ensordecedores demonios no hay conciencia rival, no hay nada ni nadie que pueda asustarlos, nada ni nadie que logre domarlos, nada ni nadie que pueda amarlos... excepto yo. Como dijo el dios lírico Cioran "en las cimas de la desesperación nadie tiene ya derecho a dormir"; egos que no descansan, vidas que se consumen, cimientos que se corroen, esta es la vida de mi no-vida, la paradoja de mi megalomanía decrépita y olvidada.