A medida que crezco y me hago mayor
intento madurar, más lo único que consigo es marchitarme. Cuanto
más conozco, cuanto más aprendo, cuanto más sé menos entiendo, no
logro entender la futilidad de este mundo y eso me lleva a odiarlo.
Vivo al margen de la realidad, sólo amparado por el conocimiento, y
es él quien me desencanta de la vida, quien me enseña universos
oníricos que desencadenan mis pesadillas, vidas rasgadas por la
intemporalidad del azar. Caigo en la tentación de la introspección,
vicio malsano de quien no encuentra nada, ni siquiera a sí mismo.
De que sirve descubrir lo que nos rodea si el desencanto llama a
nuestra puerta, para qué el placer del saber si esto nos lleva al
deseo y posteriormente al escepticismo y la melancolía, peones de
un destino lúgubre atados a un renacer más puro, el del desengaño,
desengaño ante un mundo frío, un mundo triste, un mundo en el que
todo logro se desvanece tarde o temprano, un mundo en el que el
añorar y el no tener nada que añorar se funden en el mismo hastío,
un mundo que nos añorará fugazmente, el mundo, nuestro mundo, el
mundo de todos, el mundo de nadie.
lunes, 1 de junio de 2015
Implosión
Frente a la aversión que sentimos por
este mundo nos despeñamos por los acantilados del yo ulterior, sin
mas equipaje que nuestras
desdichas. En un mundo de convencionalismos e incomprensión el más
oscuro de nuestros preceptos remite al dilema de la bondad; ¿en un
mundo de tinieblas es sensato tantear con la luz? Sensato o no, no
todo el mundo es tan valiente para ceder a la oscuridad, hay gente
para quien la rendición no es una posibilidad, misántropos para
quien la humanidad no merece su amor y respeto, pero al cual nunca
renunciarán. Héroes cuyas vidas silenciadas se apagarán sin más
gloria que una sonrisa de satisfacción, almas ulceradas por la dicha
de su benevolencia.
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