miércoles, 11 de mayo de 2016

Distimia

¿Morir viviendo o vivir muriendo? Pregunta para la que no encuentro respuesta, al menos en singular. He vivido en la luz y en la oscuridad, en el frío y la calidez, en la vida y en la muerte... y en ningún lugar me he asentado, en ningún rincón me he hallado a mi mismo, la parte de mi en que quiero o quería convertirme. Lo único que sé es que el camino se ha hecho demasiado pedregoso para que la meta compense la travesía; el purgatorio. Cada piedra un error, cada persona una piedra; he intentado amar, compartir, vivir... y lo único que he obtenido a cambio es dolor, y tristeza, y alegría, y más dolor, mucho más dolor. Dolor que me hace volar por encima de mis problemas hasta donde la apatía y el desencanto se funden en un escalofrío de sudor helado, donde ya da igual lo que se pierde pues mayores pérdidas se sufrieron de antemano. La vida se transforma entonces en un querer y no poder, en un solo de violín que araña las ojeras del insomnio más solitario y perfecto, en una metamorfosis hacia la nada, un suspiro abandonado en el mutismo de la soledad. Para el que ya solo espera de la vida la muerte esta se convierte en un deseo tan necesario como lejano y deja de pensar en ella para concentrarse en el olvido, paradoja que tan solo unos pocos afortunadamente desdichados alcanzan a entender, cáscaras eclipsadas por el rigor de sus tormentos, entes vaporosos e inasibles como los misterios de su amargura. Ellos, que nada aman ya por miedo a la pérdida, se postran impertérritos frente a la nada, pues es lo único y último que les queda por hacer mientras esperan que el imparcial e infatigable flujo del tiempo estropee su carne y arrugue su piel, mientras esperan la arcaica muerte cual chiquillo sus regalos la noche de navidad, pues no hay mayor presente que la ataraxia del sueño eterno, la supresión del dolor a cambio del ínfimo precio de la vida, la felicidad de la ausencia en su estado más exotérico.