miércoles, 23 de julio de 2014

Prosopopeya de un mañana lúgubre

Nada es eterno, ni la felicidad ni el dolor. Y partiendo de este dogma exprimamos la esencia de las sombras como hicieron los dioses barrocos, fluyamos en la luz de nuestros días más claros, vivamos en esa onomatopeya de sonrisas llamada felicidad, no desaprovechemos la luz ni la oscuridad. Volemos en el frenesí de abrazos y adioses, un mar de besos y lagrimas, una utopía por construir. Seamos más fuertes que el destino, seamos más inocentes que la vida, seamos niños que olvidaron crecer, ancianos que olvidaron lo superfluo, almas veleidosas flotando en el porvenir. Sonrío pensando en el dolor, pues este tan solo duele cuando intentamos rechazarlo, lo hago mio, lo hago puro, lo hago eterno, lo hago leve; sonrío aún más recordando mi felicidad añeja, cual vino que mejora con los años, pues nada de lo que perdemos se pierde totalmente. Ante las desdichas de la vida sólo el cobarde se amedrenta. Ante la fortuna de tiempos dorados sólo el cobarde teme que su suerte cambie. Sólo quien teme al propio miedo no es capaz de vencerlo. Seamos pues valientes, seamos pacientes, seamos inteligentes, seamos lo que queramos ser.