Nada es eterno, ni la felicidad ni el
dolor. Y partiendo de este dogma exprimamos la esencia de las sombras
como hicieron los dioses barrocos, fluyamos en la luz de nuestros
días más claros, vivamos en esa onomatopeya de sonrisas llamada
felicidad, no desaprovechemos la luz ni la oscuridad. Volemos en el
frenesí de abrazos y adioses, un mar de besos y lagrimas, una utopía
por construir. Seamos más fuertes que el destino, seamos más
inocentes que la vida, seamos niños que olvidaron crecer, ancianos
que olvidaron lo superfluo, almas veleidosas flotando en el porvenir.
Sonrío pensando en el dolor, pues este tan solo duele cuando
intentamos rechazarlo, lo hago mio, lo hago puro, lo hago eterno, lo
hago leve; sonrío aún más recordando mi felicidad añeja, cual vino
que mejora con los años, pues nada de lo que perdemos se pierde
totalmente. Ante las desdichas de la vida sólo el cobarde se
amedrenta. Ante la fortuna de tiempos dorados sólo el cobarde teme
que su suerte cambie. Sólo quien teme al propio miedo no es capaz de
vencerlo. Seamos pues valientes, seamos pacientes, seamos
inteligentes, seamos lo que queramos ser.