domingo, 11 de noviembre de 2018

Emanando un triste teorema

Como prototipo fracasado de artista mis musas suelen ser, aunque suene redundante, artistas. Su arte, como todo, está sujeto a interpretación; he conocido muchos tipos de arte, y todos ellos me ciegan por igual. Como suicida que soy me enamoro y consagro a la singularidad de expresiones únicas, hijas pletóricas de psiques irrepetibles. De mis musas; Medusas, petrificando mi respiración, de su arte truenos coronarios, fundiéndose en mi sístole. En el paradigma de su visión única querría hundirme, y si hiciera falta ahogarme, vida o muerte en el éter del arte, muerte en vida en su orilla. He empezado en plural, pero tiendo al singular; soy unidireccional, aunque el tiempo y el destino me hayan obligado a reorientarme en el pasado, solo se enfocarme en la luz con la que, casi, me obsesiono, la que me ciega y deslumbra, la que querría notar cálida en mi dermis. Pero soy yo, soy nadie, si alguien merece una diosa ese no soy yo, aunque sea creyente y feligrés, ¿qué tributo tengo yo por ofrecer? Mi único don es la oscuridad, desdichada antagonía para su incandescente aura, frío que no querría que apagara su hipnótico fuego. La veo, a través de su obra, y me encantaría ver más, el núcleo que oculta esa áurea corteza, pero soy un cobarde armado con la futilidad del destino, un espectro que teme ser temido si se muestra, soy solo yo, y me maldigo por ello, querría ser digno de su tiempo, compartir los fragmentos de nuestras efímeras existencias y ser parte de su vida y obra, ser víctima de su impronta. Se que ninguna utopía se cumple, pero déjame soñar solo un poco más, déjame seguir persiguiendo quimeras, deja que la quinta sinfonía de, ella, mi religión personificada eclipse mis tímpanos con el in crescendo de su fulgor, que el velo que envuelve su magia no muera jamás, déjame ser un necio solo un poco más.

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