sábado, 24 de noviembre de 2018

Taciturna obnubilación

Cada vez me quedan menos temas sobre los que escribir, me siento vacío y extenuado, siento como la vida se me escurre entre los dedos sin poder acariciarla. Pierdo así la única y última razón que me hacía creer en mi mismo, el único fragmento de mi que merecía ser salvado. Sin previo aviso solo siento el cansancio y el desaliento de un mundo que ya no puedo retratar, se me atragantan las palabras sin poder vomitarlas, gorgotean en mi interior como una fragua lírica. Muere así la oxidada pieza que quedaba del artista fracasado que un día anhelé ser, fenece entre la ira y la tristeza de la impotencia, entre la luz y la oscuridad de los que es, fue y será. Todo estado fluctúa en el tempo de su propia singularidad, patizambo, borracho y desorientado buscando un lecho en el que desfallecer, un lugar en el espacio y el tiempo donde sufrir el vaivén de su mundo, la epopeya de su ad absurdum. Crepito entre las brasas y cenizas de lo que un día fue una ardiente pasión, cataratas de palabras precipitándose en el abismo de una hoja en blanco, ríos de tinta manchando su nívea perfección, estigmas de nostalgia incalculable. Me siento despojado de mi humanidad. ¿Para que sirvo ahora sin la habilidad de extirpar la realidad con mis propias manos? Solo para un frenesí de inexistencia, cigarrillos e insomnio.

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